ROLLO DE SANTA ANA

El Rollo de Santa Ana.
Ya han caminado por la maravillosa calle de Pendón de Baeza, se han asomado al Palacio Conde Luna, y al Palacio Real de Enrique II, y ya se han empapado de la cultura, recibiendo por parte del destino un solaz que ilumina nuestro camino, ya en el mes de julio dirigiéndonos hacia uno de los lugares más añorados de la ciudad de León.
Como bien habrán adivinado, nos adentramos en el famoso Rollo de Santa Ana, un arrabal medieval que permite a León expandir su extensión en aras de convertirse en la gran ciudad que es hoy. A lo largo de estos artículos daremos a conocer nostálgicas fotografías que a más de uno transportarán a su niñez, alcanzando un elevado grado de ataraxia mientras uno observa cómo ha moldeado el tiempo a la ciudad de León.
Seguro que a muchos sorprende el estado de esta plaza de Santa Ana, del Rollo y de los soportales, ahora inexistentes, pero bien lo recuerdan los más experimentados, que nos avisan sobre el lugar de nacimiento del revolucionario Durruti, quien se atribuyera en primera persona el asesinato del político Regueral, mencionado ya en otros capítulos de esta serie.
En el presente artículo navegaremos por los límites de lo real y lo ficticio, pues, aunque beberemos de muchas buenas referencias históricas, que acompañarán a las fotografías, también nos toparemos con los curiosos testimonios de los escritores nacionales, como López de Úbeda, quien narrase las desventuras de la Pícara Justina a su paso por León, mientras caminaba por el famoso Rollo de Santa Ana.


Seguro que ya se han ubicado, y que ya reconocen el barrio, la plaza, el rollo y los soportales que desaparecieron hace ya treinta y cinco años. Pero, en caso de que aún no lo hayan hecho, les ofrezco esta perspectiva de la actual Avenida Madrid, que parece irreconocible hace apenas ochenta y cinco años, cuando al fondo pudiéramos encontrar el ya citado en varias ocasiones como el Hospicio de León, donde fuera abandonado el iconoclasta, Genarín, que desafiaba las normas establecidas y convirtió su vida en una alabanza al orujo.
Comencemos por el principio. Este arrabal fue construido a lo largo del siglo XVI, casi predecesor de la plaza mayor, a la que llegamos desde Santa Ana, pasando por la actual Plaza de Riaño hasta la preciosa plaza renacentista. De hecho, me gustaría que recordasen este dato: La plaza de Riaño, anteriormente fue conocida como Puerta de Santa Ana, pues allí se localizaba una de las puertas de la ciudad que fue destruida para dar un respiro luminoso a la ciudad. Por allí habría de pasar la Pícara Justina cuando aún se encontrase en pie. Pero lo veremos más adelante.
La siguiente imagen es ya conocida entre los amantes de la historia de León, pues nos encontramos una instantánea en la que convergen varias vías importantes y que les recomiendo analizar con atención. A la izquierda, una frugal Avenida de Madrid, casi paralela a Barahona, que se unifican a su llegada en la Plaza del Caño de Santa Ana, donde hoy se encontraría el monumento a Durruti.


En el centro de la instantánea se encuentra la maravillosa iglesia de Santa Ana. ¿Conocen su historia? ¿Su recorrido y las magníficas fotografías de cómo ha permanecido incólume durante siglos? Tengan paciencia, pues todo ello se resolverá en los siguientes artículos. En esta imagen de los años cuarenta, observamos el Rollo de Santa Ana en su máximo esplendor, cuando Santa Ana contase con sus llamativos soportales y su empedrado, prácticamente similar al de la plaza del Grano, llevase a los leoneses a establecer el mercado, posadas, y fondas en los edificios aledaños.
Estos barrios, construidos extramuros, eran comprendidos como aquellos lugares residenciales de moriscos y judíos, que se separaban del centro neurálgico de la ciudad. Y yo pienso que, aunque la Pícara bien debió toparse con una ciudad anticuada y anclada en la Edad Media, estos barrios alejados de la Catedral también forman parte de nuestro hogar, pues es un enfoque holístico el que me permite admitir que cada una de las partes independientes de los barrios exteriores a las murallas son de sustancial importancia para comprender León como la suma de todos sus fragmentos. Y el Rollo de Santa Ana siempre ha cosechado un gran éxito entre los más nostálgicos.


No sabemos si la Pícara Justina llegaría a ver inundado el Rollo de Santa Ana como así lo muestra la antigua fotografía del famoso local de Maderas sito en la plaza homónima, pero sí que contamos con el testimonio del escritor, Francisco López de Úbeda, quien expresase con acierto cómo la Pícara Justina entraba en nuestro querido León, realizando un recorrido antológico por la ciudad. Accediendo a León por Puente Castro, como todos los peregrinos, señala de esta manera su paso por el arrabal de Santa Ana:
“Junto a esta puente por do entré está el arrabal de Santa Ana, que si como iba a ver fiestas, fuera a buscar la muerte civil, yo escogiera el ir por allí a buscarla, como el otro que escogió morir sangrando de los tobillos. ¡Necio!, mejor fuera escoger que le llevaran a morir cien mil leguas de su lugar o que le dejaran ir a morir a León y entrar por la puerta del Castro y arrabal de Santa Ana, que con este medio tuviera esperanza de que en el ínterin pudiera apelar sesenta veces y tener despacho.”


Ya entré por la puerta que dicen de Santa Ana, y a fe que no faltaron gentes que mirasen la procesión de los que entrábamos, y sobre todo la mesonera burlona hacía raya, que un cansancio, aunque embota el gusto, aguza el garabatillo. Hice paraje en un mesón que está pegante con la misma puerta de Santa Ana, lo primero, porque mi cansancio no me daba más licencia (que al cansancio los antiguos le pintaron con las piernas trozadas); lo segundo, me entré allí por ver entrar gente de Campos empanada en carretas; lo tercero, por tener cerca un paseo que llaman el Prado de los judíos, y lo principal, porque vi una fuente apacible allí junto a la puerta del mesón. Fuente es que corre cuando quiere, y algunas veces se queda a oír vísperas en la Iglesia Mayor o hacer colación de rábanos en la plaza de San Martín. Dígolo, porque con todos estos puestos y manantiales, tiene necesidad de hacer cuenta antes de llegar allí, y aun cuando llega trae necesidad de otra tanta agua con que lavar el barro que ha cogido en estas estaciones. Yo había oído nombrar la fuente Cabalina, y viendo que allí iban a beber muchos caballos que habían venido de acarreo para las fiestas, pregunté si aquella era la fuente Cabalina; engañóme el nombre.
Lorem fistrum por la gloria de mi madre esse jarl aliqua llevame al sircoo. De la pradera ullamco qué dise usteer está la cosa muy malar.


De esta guisa narraba la Pícara cómo caminaba por la ciudad de León, con su desacostumbrado desquite y su personalidad altanera, conociendo el caño de Santa Ana, a la que hace alusión con el nombre de la fuente. Análogamente, también se queda contemplando la maravillosa iglesia que se yergue a su vera. De ella hablaremos más adelante, pues este artículo introductorio pretende situar al lector en su escenario diegético predilecto, allí cuando la tierra, la grava, el empedrado y los soportales de Santa Ana eran un lugar de peregrinación para los visitantes que, con atracción realizaban las fotografías que hoy han llegado hasta nuestros días.
Llegamos a dos curiosas fotografías que resaltan por encima de las de nuestra investigación. En la superior, datada el 19 de marzo de 1961, durante las exequias del párroco de la Iglesia de Santa Ana Don Eutiquino, que reunió a cientos de personas, y en cuyo rostro podemos ver el triste semblante de aquellos que echarán de menos a un personaje muy querido del barrio. Nos sirve como ejemplo para ver cómo el tiempo fue transformando la ciudad, el arrabal, y el barrio, que por supuesto acabó domeñado por los grandes edificios, por el progreso, y por el asfalto, que acabaría cubriendo el empedrado pasado de nuestra ciudad.
La siguiente fotografía curiosa está fechada en la década de los años setenta. Y no tiene una mayúscula importancia por lo que aparece en ella, sino por el fotógrafo que la tomó. Amante de la ciudad como era, don Victoriano Crémer, uno de los grandes poetas de nuestra historia, salía este conocido literato a vagar por las calles, realizando imágenes que nos sirven ahora para ver cómo era el pasado de León apenas cincuenta años atrás. Y se reconoce en él su epígono, al que no le llega ni a la suela de los zapatos, pero que sigue sus pasos periodísticos para acercarles a ustedes un pedacito de la historia de León


Dice la nota al pie de página que acompaña a algunas fotografías de Laurent: “Tiene León unas mil setecientas casas, aparte los arrabales, distribuidas en un centenar de calles, plazas y plazuelas, algunas modernas, pues extramuros se han levantado muy bellas edificaciones, especialmente en las inmediaciones de la vía férrea. Desde la estación se pasa al Bernesga, por un hermoso puente de hierro, viéndose a la izquierda el de piedra, y en seguida el magnífico convento de San Marcos, cuya belleza tendremos la ocasión de admirar. Las plazas principales son la mayor o de la Constitución, la del Mercado, la de San Marcelo, la de la Catedral; y entre las plazuelas, distinguiéndose las del conde Luna, San Isidoro, Descalzos, Puerta Obispo, algunas con magníficas fuentes de mármol y jaspe con grupos alegóricos. Por su aspecto típico de antigüedad, que tanto contrasta con la moderna edificación, el grabado reproduce esta calle de Santa Ana, tan característica con soportales y viviendas.”
Santa Ana puede ser reconocido como uno de los barrios más grandes de León, pues es de sobra conocido que llegaba hasta el antiguo estadio de la Puentecilla, ahora ya Alcalde Miguel Castaño. Aquí vemos el último reducto de los edificios adscritos al rollo de Santa Ana, que resultan atávicos y medievales. Y reconocemos el letrero del antiguo establecimiento de maderas, cuya estampa nos recuerda a la fotografía anterior, donde observamos cómo las lluvias habían provocado una terrible inundación.


Aparecen en nuestro horizonte imágenes como la siguiente, en la que vemos el estado, en color, actualizadas, de los soportales de Santa Ana, que antes se extendían desde la plaza del Caño, hasta la Puerta de Santa Ana, o lo que hoy sería la plaza de Riaño. Esta pequeña plaza, en su día, albergó una de las puertas que daba paso al interior del León bajomedieval, cuando nuestro rey Alfonso XI construyera las famosas cercas que hoy aún se conservan. En cuanto a las cercas, dos noticias. La primera, como ya sabrán, sobre los restos descubiertos tras el derrumbe de la casa en la plaza de Riaño. ¿Qué otros secretos esconderán las cercas de nuestra ciudad? Y la otra, un pequeño adelanto: como colofón a este fantástico mes de julio, elaboraremos un articulo con información sobre las cercas medievales y la muralla. Un mapa completo de todos los puntos candentes de la historia y un acercamiento definitivo a la historia de la muralla de León.
Pero no piensen que la pérdida de los soportales y del empedrado es antediluviana. No, queridos y pacientes lectores, pues el estado anticuado del barrio y las ínfulas del progreso de la ciudad obligaron, al final de la década de 1980, a elaborar un plan para “actualizar” la zona del barrio de Santa Ana. Como ven en muchas de las fotografías, apenas hace treinta y cinco años que la orografía urbana del terreno alteró la disposición de los soportales. Esta necesidad de cambio parte de la obligatoriedad de una entrada a León que pudiera estar preparada para dar cabida a los viajeros que, tanto en coche, como a pie, acudían a la ciudad de León, al centro a través de Alcalde Miguel Castaño, y que parecía compleja con el “rollo” en esas condiciones.


El origen del nombre de la calle es muy curioso, y ya nos lo recuerda mi querido Armando G. Colino con su histórico callejero. Como ya apuntó nuestro compañero de aventuras, el Cicerone, en esta zona se ubicaban núcleos de vecindades judías, formando aljamas y grupos moriscos. Pero, en especial, había una poderosa familia en cuya cabeza se situaba Silván. En su honor fue bautizada así la calle de Santa Ana, (por supuesto, hablamos del siglo XIV y XV). La calle parecía estar centrada en producir manufacturas y artesanía, cuestión en la que los judíos y la comunidad morisca eran muy diestros. La construcción de la iglesia ya nos la ha narrado el Cicerone este lunes, por lo que no voy a redundar en este hecho, pero la calle pasó a llamarse la de Santa Ana, debido a la parroquia, y luego así el barrio, hasta nuestros días.
Y dieron comienzo los derrumbes, mientras cientos de personas observaban cómo sus casas eran demolidas y desaparecían con ellas cientos de años de historia que habían sido sustentados por las vigas de madera. ¿Qué habrían hecho ustedes? ¿Cuál es su postura? ¿Hubieran preservado los soportales y la fisonomía del barrio de Santa Ana? O hubieran hecho quizás, lo mismo que se hizo. Como siempre, leo con gusto su opinión en los comentarios.


Con este proyecto en mente, siempre con carácter expansionista, los leoneses comenzaban, en 1987, a quedarse sin el Rollo de Santa Ana, sin los soportales, y sin la plaza del Caño a la que tanto habían acudido a rellenar sus calderos con agua. El arrabal se modernizaba, por la acción evolutiva del barrio, que deseaba dar la bienvenida a los nuevos turistas y oriundos, que deseaban contar, gracias a Pendón de Baeza y a Alcalde Miguel Castaño, con dos vías de acceso a la ciudad para llegar a través de Santa Ana a comunicar el centro de León
Como se pueden imaginar, no fueron muchas casas las que quedaron en pie tras el paso de las excavadoras. Otra que no lo hizo fue aquella en la que había llegado al mundo el revolucionario Buenaventura Durruti en 1896, apenas cien años antes de que lo hiciera este escritorzuelo que hoy redacta estas líneas. En su memoria, se levantó el monumento que hoy da la bienvenida al pequeño parquecito del barrio de Santa Ana, y que no ha levantado poca polémica.


¡Qué curiosa estampa la del parque sin un solo árbol! Sin un solo banco y con una aglomeración extraña de personas que se agolpaba para ver cómo, apenas tres años después del comienzo de las obras, se inauguraba un espacio verde para el esparcimiento humano, canino y urbano. Por otro lado, las vigas de negrilla, de aquellos soportales, se perdieron para siempre, y fueron muchos los que las utilizaron como lumbre, convirtiéndose en cenizas el pasado de un barrio que había crecido a la sombra de las cercas de León.


La Iglesia de Santa Ana
¿Quién fue Santa Ana y por qué hay un barrio y una iglesia que lleva si nombre? La Historia completa de Santa Ana, y de la Iglesia homónima, que se yergue sobre los edificios del antiguo Arrabal y es una de las iglesias más antiguas e importante de León. Sus secretos y las fotografías más impactantes, en el artículo sobre la Iglesia de Santa Ana.



Como último apunte, seguro que muchos de ustedes recordarán negocios ínclitos del barrio, como el ya famoso Cine LEMY. Su nombre estaba compuesto, tal y como nos ha hecho saber el grupo de Imágenes para el Recuerdo de León, por las iniciales de las hijas del matrimonio que dirigía la sala de proyección. Luz, Elsa, María e Isabel. Fue sometido a varias reformas hasta que finalmente cerró sus puertas para ser convertido en la sala de multicines Kubrick, en la que hasta yo llegué a disfrutar de alguna película.


Son solo algunas las imágenes que, coloreadas, nos aportan una perspectiva sobre cómo era el barrio de Santa Ana, que este investigador no puede por menos que ratificar sin estar muy seguro de su fiabilidad, pues nunca llegó a disfrutar del esplendor de uno de los arrabales más importantes de León, que daba la bienvenida al peregrino que, avanzando a través de la sombra que ofrecían los soportales, se enamoraba de Santa Ana y de sus alrededores.
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