REAL COLEGIATA BASÍLICA DE SAN ISIDORO

Real Colegiata Basílica de San Isidoro
No es solo este Cicerone quien siente fascinación por los edificios más ilustres de León, sino que también lo han hecho grandes artistas de la historia. Entre ellos, John Singer Sargent, pintor polifacético vinculado al prerrafaelismo y al romanticismo, quien visitó en varias ocasiones la ciudad, dejándose cautivar por la Catedral, la calle Ancha y la Real Colegiata Basílica de San Isidoro. De esta última tomó diversas fotografías hacia finales del siglo XIX, imágenes que han llegado hasta nosotros gracias a su esposa, quien las preservó con esmero.
Otro cronista que sucumbió ante los encantos de León fue el franco-belga Albert t’Serstevens, quien recorrió la ciudad con la mirada ávida del viajero y quedó prendado de su patrimonio. Su admiración por San Isidoro lo llevó a describirla como una de las joyas arquitectónicas de España, destacando su singularidad dentro del acervo monumental del país.
Los elogios a la Colegiata no han sido escasos en la literatura. Poetas y escritores han dedicado versos a su grandeza, pero merece especial mención un autor que, pese a no haber pisado León, quedó atrapado por la historia del Santo hispalense cuyos restos reposan en la ciudad por voluntad de Fernando I: Dante Alighieri. En su «Divina Comedia», el florentino otorga un lugar privilegiado en el Paraíso al autor de las «Etimologías»:
"Pues vio los bienes todos, dentro goza el alma santa que falace el mundo de manifiesto pone a quien le escucha: el cuerpo del que fue arrojado yace allá abajo en Cieldauro; y a esta paz llegó desde el martirio y el destierro. Ve más allá las llamas del espíritu de Beda, de Isidoro, y de Ricardo, que en su contemplación fue más que un hombre."
Dante Alighieri
En este pasaje, Dante sitúa a Isidoro en el celestial ámbito de los sabios, reconociendo su labor como erudito y teólogo. La influencia de su pensamiento trascendió generaciones y encontró eco en el recorrido que el poeta italiano emprende junto a Beatriz en su búsqueda de la Sabiduría, camino que también propugnaba el Santo hispalense.
En otra ocasión, nuestro viaje nos llevó a conocer la historia del traslado de los restos de San Isidoro a León. Enterrado en Sevilla tras su fallecimiento en el siglo VII, su cuerpo fue rescatado por orden de Fernando I y conducido hasta la ciudad por sus emisarios, Ordoño y Albito. La crónica cuenta que el Emir, en señal de respeto, envolvió la urna con su manto para que el alma del Santo nunca caminase en soledad.
Ahora es el momento de remontarnos a sus orígenes y conocer a la figura histórica detrás del culto. Isidoro, quien no alcanzó la canonización hasta el siglo XVI, nació en Cartagena en el seno de una familia de linaje distinguido. Su padre, Severiano, se vio obligado a trasladarse con su prole a Sevilla hacia el año 554 debido a la inestabilidad provocada por el régimen bizantino. De sus hermanos, tres alcanzarían gran notoriedad:


Leandro, Fulgencio y Florentina. El primero llegaría a ser arzobispo de Sevilla; el segundo, obispo; y Florentina asumiría la dirección de más de cuarenta conventos. Como curiosidad, Isidoro tuvo también una hermana llamada Teodora, quien contrajo matrimonio con el rey Leovigildo, convirtiéndolo en tío de Hermenegildo y Recaredo.
A lo largo de su vida, Isidoro desempeñó un papel crucial en la consolidación del catolicismo frente al arrianismo y fomentó el estudio de las letras y las artes, siendo un gran defensor del latín y de las ciencias jurídicas y médicas. Su fallecimiento en el año 636 lo consagró como una de las figuras más influyentes de su tiempo.
Volviendo a los acontecimientos que nos conciernen, en otro de nuestros relatos ya mencionamos cómo Ordoño y Albito, encargados de trasladar a León los restos de Santa Justa, se vieron en la imposibilidad de cumplir su cometido. Fue entonces cuando, según la tradición, San Isidoro se apareció en sueños a Albito, guiándole hasta su sepulcro. Los enviados, siguiendo esta revelación, hallaron los restos y los condujeron a León, donde fueron depositados en una arqueta ordenada por Fernando I y la reina Sancha.
Recibidos con honores, sus reliquias quedaron custodiadas en la basílica que hoy lleva su nombre. Sin embargo, el relato no termina aquí. ¿Cómo se llevó a cabo la construcción de la Real Colegiata Basílica de San Isidoro? ¿Cuáles son sus orígenes arquitectónicos y qué secretos esconde su iconografía? Estas son preguntas que nos conducirán a nuevas exploraciones por la historia de la ciudad


Se han maravillado también, gracias al Cicerone de la Ciudad de León, del nombre de la calle Doña Sancha, esposa de Fernando I y reina de León. Sus restos momificados han sido en varias ocasiones mostrados al público, pero la reacción más sorpresiva la dio Isabel II, la reina de España, cuando viajó hasta León durante una de sus visitas regias.
Es ahora cuando, poniendo el broche final a esta serie de artículos sobre San Isidoro, hablamos sobre la arquitectura del monumento, de la Real Colegiata, y siempre desde un prisma asequible, tanto para este escritor cuyos conocimientos arquitectónicos son escasos, como para el lector, que tampoco pretende sumergirse en un texto especialmente técnico.
La historia comienza con Sancho el Gordo; no me voy a extender demasiado pues ya conocen su vida del artículo correspondiente a su calle del Cicerone. Sancho El Craso ordenó construir un pequeño y exiguo monasterio dedicado a San Pelayo, el niño mártir. Bajo su orden, estuvo su mujer, Teresa Ansúrez, y su hermana, Elvira Ramírez. La vida del niño mártir conmovió a Sancho el Craso, pues fue apresado a los doce años, junto a su tío Hermoigio, obispo de Tuy, por las tropas de Abd al-Rahmán III, quien se obsesionó con la diligencia y la estética de Pelayo. Al negarle después los favores sexuales, Pelayo perdió no solo la vida, sino también todas las extremidades, que fueron arrojadas al Guadalquivir. Muchos de estos restos del pobre Pelayo fueron recogidos en Córdoba y enterrados en el cementerio de San Ginés. Su cabeza se enterró en el de San Cipriano. Y finalmente terminaron en el Monasterio de San Pelayo, localizado en Asturias.


Fue apenas unos años después de su construcción, donde hoy se afinca la Real Colegiata Basílica de San Isidoro, cuando las aceifas de Almanzor destrozaron la ciudad. Apenas unos pocos edificios de calibre histórico sobrevivieron al paso del musulmán por la capital. La Torre de los Ponce, o el Monasterio de San Claudio fueron algunos ejemplos de estas edificaciones tocadas por la luz de Dios, que se salvaron de la destrucción.
Como no podría ser de otra manera, el Monasterio de San Pelayo desapareció del mapa de León en el 988 después de Cristo. Elvira ya había muerto para entonces, pero Teresa Ansúrez consiguió escapar de la ciudad y salvar las reliquias del joven Pelayo; hoy descansan en Oviedo, en el aún incólume Monasterio de San Pelayo, donde la mujer del Craso pasó sus últimos días.


Terminó ahí la rama dinástica de Sancho el Gordo, para retomar la creada por la descendencia de Ramiro II y de Adosinda, quien tuviera primero a Ordoño III, y luego este a Bermudo II, padre de Alfonso V, el de los Buenos Fueros, quien intentase reconstruir la humilde basílica allí levantada a San Pelayo.
Las ruinas de aquella basílica apenas podían albergar a la gran cantidad de feligreses que profesaban culto en la época. Bermudo III y Sancha Alfónsez fueron los hijos de Alfonso V, cuya historia es magnífica, y de esta leyenda previa recoge su nombre el caballo de Bermudo III, Pelayuelo, que se enfrentó él solo a las huestes de Fernando I. Pero esa historia ya os la contará mi homólogo, el Cicerone, para hablaros sobre la calle que conecta el Caño Badillo con la Plaza Mayor, la calle Bermudo III.


Fueron los primeros reyes de León, Sancha de León y Fernando de Navarra, los que derribarían los cimientos de aquellas primitivas edificaciones de piedra y adobe, levantadas por los Bermudos y por los Alfonsos, para construir lo que hoy conocemos como la inconmensurable Real Colegiata Basílica de San Isidoro.
En la citada colegiata se guarecen algunos de los tesoros más importantes de la historia leonesa e hispánica, como el Pendón de Baeza, que da nombre a una plaza y calle de León, o el cáliz de doña Urraca; el cáliz que en innumerables ocasiones se ha demostrado que fue protagonista de la famosa última cena de Jesucristo.
En los exteriores del monumento encontramos diferentes puntos de interés, como la Puerta del Cordero, dividida en dos cuerpos, que detalla la fábula del cordero de Dios, el Agnus Dei y el sacrificio de Isaac, representando también a Abraham descalzo despreciando sus sandalias, apartadas de la escena.


En el pórtico destacan las figuras de San Isidoro, en el que resalta el libro que acompaña a su sabiduría, y la de San Pelayo, amenazado por el cuchillo de un musulmán, como reza la leyenda de su vida. Casi aledaña a esta, se localiza la Puerta del Perdón, donde los peregrinos que ascendían por la Calle del Cid pasaban por ella para expiar sus pecados.
El progreso provocó que el Renacimiento llegase a León, y fueron muchas las remodelaciones que sufrió San Isidoro, hasta convertirse en el importante monumento del que hoy disfrutan miles de turistas y oriundos cada día.
El último acontecimiento que puso en jaque a San Isidoro fue el asedio de los franceses a comienzos del siglo XIX a la ciudad de León. Tras su paso, dejaron, como Almanzor, un destrozo irrecuperable, no solo material, sino patrimonial, pues utilizaron la Capilla Sixtina del Románico como establo y los féretros fueron vaciados y utilizados como abrevadero para los caballos. Los huesos de nuestros reyes fueron vertidos sobre grandes fosas donde luego hubieron de ser recuperados por los conservadores que, hasta el día de hoy, no han podido dilucidar a qué personaje histórico corresponde cada pieza.


Pero el esplendor de la Basílica de San Isidoro hoy es visible gracias al inconmensurable trabajo de conservación de todas las personas implicadas. En especial, les encomiendo la visita al maravilloso museo, donde aprenderán el valor de la historia y el respeto hacia el pasado, hacia nuestros antepasados y donde se sentirán parte de este patrimonio único de León.
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