EL PALACIO DE LOS GUZMANES

PALACIO DE LOS GUZMANES
Pasea este Cicerone por las calles de su amada ciudad, León, sumergiéndose en la contemplación de los atardeceres que tiñen de ámbar sus fachadas, disfrutando de su vasta oferta cultural y dejándose envolver por el calor humano de sus habitantes. Esta ciudad, con su historia centenaria y su inigualable belleza, atrapa con una sola mirada y susurra relatos de tiempos pasados a quien se detiene a escuchar.
Quizá pocos recuerden estas palabras, pero fueron las que dieron inicio a una larga travesía de descubrimiento y reflexión sobre León. Desde febrero de 2023, me he sentido cómplice de sus pasos, querido lector, compartiendo con ustedes la historia de sus calles y de sus edificios. Hoy, sin embargo, esa etapa concluye.
Me aproximo a la Imprenta Moderna, ese lugar donde germinó la semilla de esta travesía, para reflexionar sobre la trascendencia de nuestros actos y decisiones. No se trata de mí, sino de los testimonios de piedra y mortero que han modelado la historia de León. En ellos se ocultan los secretos que han alimentado estas páginas durante casi dos años. Pero ahora es el momento de ceder el testigo.
Antes de retirarme, quiero detenerme en uno de esos edificios que han sido testigos del devenir de la ciudad: el Palacio de los Guzmanes. Esta majestuosa construcción, reflejo de la grandeza renacentista, fue promovida en el siglo XVI por don Ramiro Núñez de Guzmán, miembro de una familia de renombre en el núcleo nobiliario leonés. Su propósito era dotar a los Guzmanes de una residencia digna de su linaje, un espacio que no solo sirviera como hogar, sino también como símbolo de su prestigio social.


El encargo recayó en Rodrigo Gil de Hontañón, arquitecto de renombre y artífice de proyectos como la Catedral de Valladolid y la Colegiata de Santa María en Villafranca del Bierzo. Su diseño, con influencias del renacimiento más puro, se alza como uno de los testimonios más representativos de la llegada de este estilo a León, compartiendo ese honor con la Colegiata Basílica de San Isidoro.
Este palacio también tuvo un papel crucial en la transformación urbanística de la ciudad. La actual Calle Ancha debe su configuración al Palacio de los Guzmanes, pues en su origen la vía era estrecha y sombría. Con el tiempo, su expansión obligó a la demolición de los edificios que la constreñían, dando lugar a la amplia avenida que conocemos hoy. Arquitectos como Manuel de Cárdenas fueron responsables de mantener intacta su fisonomía en un lado, mientras que el otro fue reconfigurado, permitiendo la aparición de espacios singulares, como la pequeña capilla del Cristo de la Victoria.


A lo largo de los siglos, el Palacio de los Guzmanes fue escenario de acontecimientos históricos. En 1602, recibió la visita del rey Felipe III y su esposa, Margarita de Austria, quienes se hospedaron en sus estancias. Me gusta imaginar que junto al monarca llegó su escritor de cámara, Francisco López de Úbeda, cuya pluma nos legó La Pícara Justina, obra que, quizás, tomó inspiración de la sociedad leonesa que tan mordazmente retrata.
El edificio también fue testigo de la Guerra de la Independencia y albergó diversas instituciones, desde la sede del Gobierno Provincial hasta la Diputación. Con el paso de los años, sufrió transformaciones significativas, especialmente en el siglo XIX, cuando Miguel Echano ordenó la demolición de la parte superior de su torreón. Sin embargo, en la segunda mitad del siglo XX, el espíritu de restauración lo devolvió a su esplendor, culminando en 1975 con la reconstrucción de su torre.


Durante décadas, este palacio ha atraído a artistas y cronistas. Su silueta quedó inmortalizada en las fotografías de Laurent y en las acuarelas del pintor prerrafaelita John Singer Sargent, quien, maravillado por la arquitectura leonesa, supo capturar su esencia con maestría.
Hoy, tras haber explorado sus pasillos y contemplado la ciudad desde sus ventanas, me despido de esta etapa. Desde aquí, contemplo la Pulchra Leonina, la Iglesia de San Marcelo, la Casa Roldán, la Torre de San Isidoro y tantos otros rincones que han sido escenario de esta aventura. Con orgullo, les invito a seguir explorando León, a perderse en sus calles, a descubrir sus secretos y a escribir sus propias historias en esta ciudad inmortal.
El Cicerone de León se retira, pero las calles de esta urbe seguirán narrando su historia a quien desee escucharla.
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