INSTITUTO GENERAL Y TÉCNICO

Instituto general y Técnico de León
Durante los meses de investigación de esta serie de reportajes, no ha sido capaz este Cicerone de encontrar a una sola persona que comparta la necesidad de haber derruido el precioso edificio modernista del Instituto General y Técnico. Y seguro que ustedes podrán avivar la llama del recuerdo, pues quizás haya personas que, menos conservadoras, decidan avanzar hacia el progreso urbanístico. Si es así, me gustaría mucho leer su opinión en los comentarios, donde tanto lectores como escritor escuchamos con respeto los testimonios de aquellas personas que vivieron de primera mano el infortunado desenlace del edificio allá por 1966.
Para dar rigor histórico a la trayectoria del Instituto General y Técnico, nos serviremos de los testimonios de alguno de sus integrantes, alumnos del mismo que habitaron en él durante años. También beberemos de la investigación de Antonio Serrano Serrano y de María Luisa Caballero Laiz, quienes realizasen un recorrido, en 1991, por la historia del Instituto. Encontrarán muchas fotografías y detalles que proceden tanto del Archivo Municipal como del Provincial.
Como no podría ser de otra manera, la historia del Instituto Padre isla no comienza en el Instituto General y Técnico, su sede durante casi cincuenta años, pues en aquel lugar, en Ramón y Cajal, se llevaba a cabo con periodicidad semanal el mercado de ganados y apenas se trataba de un terreno baldío esperando a ser conquistado por el progreso arquitectónico.
Se funda el Instituto Provincial de Educación Secundaria el año 1843, inaugurándose el curso escolar allá por 1846, cuando definitivamente se establece su sede en San marcos, ocupando la planta baja del edificio, y compartiéndose, según los investigadores, durante cinco años, con la escuela de veterinaria.
Por cuestiones de logística, se decidió en 1858 acercar el edificio al centro de la ciudad, donde se estableció en la calle Canóniga Nueva, conocida actualmente como Pablo Flórez y que derivó muchos años en “Calle Instituto” por la lógica ubicación del Instituto Provincial de Secundaria.
En 1901 se produce el definitivo cambio de nombre, por el real decreto de 17 de agosto de 1901 del Conde Romanones, por el que los antiguos institutos pasan a llamarse Institutos Generales y Técnicos.


En dicha sede, en Pablo Flórez, la asistencia es muy fluida, pues cuenta con 331 varones y cuatro mujeres que se incorporan paulatinamente desde 1907. Debido al mal estado del presente edificio y a la necesidad de expansión del mismo, al crecimiento de la población de León, deciden trasladarse a una nueva sede, construida en el solar de Ramón y Cajal. Esta decisión es tomada entre 1904 y 1905 pero se demorará más de diez años en contemplarse la posibilidad de la mudanza entre institutos.
Después de más de siete años de obras, el nuevo y flamante edificio se inaugura y en 1917/1918 se realiza el determinante traslado del viejo al nuevo instituto. Como curiosidad, rescatan los investigadores Serrano y Laiz, que tuvieron que hacer la monumental escalera que comunicaba la planta superior con la inferior a última hora, pues parece ser que se habían olvidado de ella.
Contaremos a continuación concisas anécdotas sobre el instituto que ayudarán a los sabios lectores a comprender la importancia y familiaridad del mismo centro donde muchos de nuestros mayores fueron a la preparatoria y cursaron lo que hoy podemos llamar la ESO y Bachiller.
En su desarrollo, se crearon varias revistas culturales. En concreto dos muy importantes llamadas “Nosotros” y “Los anales”, haciendo referencia a esa mastodóntica obra literaria bautizada de esta manera por Cornelio Tácito durante el primer siglo de nuestra era y que trataba sobre la historia de Roma.


Existió un conjunto de maravillosos docentes que ayudaban a los alumnos a aprender, de una manera dinámica que quizás hoy encontraríamos extrema, pero que muchos de los testimonios agradecen y recuerdan con cariño, como mi ya buen amigo, Julián, quien nos narra la severidad y la exigencia de muchos profesores que, aunque en ocasiones levantaban la mano, pedían más a sus alumnos porque creían en su potencial y en su maravillosa destreza educativa.
El nombre de Padre Isla, le viene por el célebre escritor vidanés, creador de Fray Gerundio Campazas, alias zotes, quien predicase con su humildad y su comportamiento apenas disoluto. Fue, según Serrano y Laiz, Don Luis López Santos, catedrático de Literatura del centro, quien propusiera este nombre en honor al celebérrimo hombre.
Fue al albor de 1964 cuando la terrible noticia llegó a las aulas del Instituto General y Técnico. No solo se debía proceder de nuevo a la mudanza de sede, sino que debían, ahora, demoler el antiguo edificio para construir otro más “moderno”.


El 19 de mayo de 1964, y según se recoge en el manuscrito “Crónica del Instituto Padre Isla de León”, el Claustro de profesores envía al director General de Enseñanza media el siguiente escrito (p. 99):
“Cumplido el plazo de presentación de pliegos para la adjudicación de las obras del nuevo edificio destinado a este Instituto, y no habiendo surtido efecto alguno las gestiones hechas por la Junta de Catedráticos, el Señor director del centro […] en el sentido de dar mejor solución al problema de la construcción de un nuevo edificio para este centro expone lo siguiente:
-Nuestro deseo de colaborar en todo momento para tratar de conseguir que el nuevo edificio destinado a este Instituto reúna las condiciones pedagógicas necesarias.
[…]
-En vista de los equívocos que más tarde podrían surgir, y para evitar los gastos que, en definitiva, no serían del todo eficaces, elegimos como última posibilidad esta de dirigirnos oficialmente a las autoridades locales —tan generosamente interesadas en nuestros problemas— y a las autoridades ministeriales, que sin duda desearán resolver los problemas de la enseñanza Media en León, pidiendo que se amplíe el crédito en la cantidad que permita una construcción duradera y pedagógicamente intachable a la vez que solucione el problema, cada vez más apremiante, del incremento de puestos de estudio en la ciudad”.


Por lo que parecemos comprender del texto, y de los documentos rescatados del Archivo Municipal, uno de los mayores problemas con los que tuvo que lidiar el Instituto General y Técnico fue la falta de espacio para las aulas. Nos encontrábamos durante los primeros años de la historia del edificio cuando, en la parte superior, se hallaba la casa del director, lugar que quedó deshabitado años después y reconvertido en cinco nuevas aulas para los alumnos y alumnas (aunque casi inexistentes) del Instituto.
En 1965 el Instituto llegó a tener, según los datos vertidos por los investigadores más de 1.500 alumnos oficiales, 250 en turno nocturno, 120 en preparatoria y libres adoptados 432 y 833 en Bachillerato. Existió, durante un breve periodo de tiempo, la esperanza de poder salvar el edificio, construyendo diversos pabellones o aulas que pudieran albergar el generoso aumento de los estudiantes de León, pero se desterró la idea tras dilucidar que acondicionar un edificio de tales características supondría un esfuerzo que no se vería recompensado con el tiempo.
Eligieron, por lo tanto, una nueva sede, que no corresponde al presente edificio, ocupado por el Instituto Juan del Enzina, sino que fue en el Paseo de la Facultad de Veterinaria, en una parcela de más o menos 10.000 metros cuadrados, donde se hubiera ubicado en un principio el famoso Monasterio de San Claudio, del que ya hemos hablado en un par de ocasiones.


Por sus aulas pasaron grandes personajes de nuestra historia, tanto directivos del centro, que luego hubieron de tener un nombre en el olimpo callejero de nuestra ciudad, (ya sean Policar Mingote o Mariano Domínguez Berrueta) o personajes ilustrísimos que luego fueron laureados doctores (como José Eguiagaray Pallarés) o incluso alcaldes (como José Aguado Smolinski, Diego Mella Alfageme o Fernando González Regueral).
Pero es Julián, un alumno del desaparecido Instituto, el que nos hace llegar su testimonio, permitiendo que entre el lector, por una última vez, en el Instituto General y Técnico, para maravillarnos con su umbral, con su escalera y con su majestuoso hall principal.
Julián nos avisa que la nieve, en muchas ocasiones, no dejaba al portero abrir el gran portalón que permitía la entrada al patio principal y los alumnos, en lugar de ayudar al pobre trabajador, que se peleaba con el hielo y la nieve, esperaban pacientemente a que terminase la faena, pues tenían la esperanza de que no llegase a término y pudieran regresar a sus hogares. La fachada principal, modernista, muy similar en una vertiente humilde al gran Palacio de Cibeles de Madrid, fue obra de los arquitectos Emilio García y José Luis Oriol, quienes plasmaron la belleza virtuosa de un nuevo Instituto en el Centro de León.


En su interior, un gran hall daba la bienvenida al alumno o alumna, y en él, en los días de lluvia, y permitiéndolo su gran extensión, se llevaban a cabo ejercicios gimnásticos que no se hubieran podido realizar en el exterior. Julián nos devuelve al pasado, cuando el cronista de la ciudad, don Suárez Ema, gran personaje de nuestro bestiario social, lanzase una bofetada al pobre entrevistado cuando este se riera al mencionar el profesor una figura geométrica difícilmente dibujable en la pizarra.
Y llegando al final de la historia, cuando ya Julián hubo hecho su vida fuera de León y volvió a la ciudad, casi como diletante ya experto en muchas doctrinas, le ocurriera como a muchos otros que migraron para buscar un futuro mejor; que al regresar al hogar, con nostalgia y emoción, se encontraron un tremendo hueco en la historia arquitectónica de nuestra bella ciudad: el Instituto General y Técnico había desaparecido para siempre.


Esta es una herida que muy difícilmente ha de sanar en el recuerdo de los que disfrutaron de este maravilloso espacio. Les animo, como siempre, a compartir su experiencia a través de los comentarios, donde leo con gusto sus mensajes y sus historias. Por último, agradecer las bellas palabras de Julián, su testimonio y el de muchos otros, así como aconsejarles fervientemente la lectura de los documentos recogidos en los Archivos y la consulta del magnífico libro de los investigadores José Antonio Serrano Serrano y María Luisa Caballero Laiz.
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