ESCRITOR EN GUERRA EN LEÓN
Escritor en Guerra (Segunda parte del Tiroteo)
Hoy nos sumergimos en una de las historias más curiosas de nuestros colosos arquitectónicos. Anteriormente exploramos los orígenes del tiroteo del Oliden durante la Guerra Civil española. El 20 de julio de 1936, en el Edificio del Gobierno Civil, un grupo de sublevados abrió fuego contra los militares que controlaban León. El célebre cronista t`Serstevens narró el inicio del tiroteo y cómo lo vivió desde la terraza principal del Oliden, hoy convertido en el Hotel Alfonso V.
En el episodio anterior, dejamos la historia en el momento en que las represalias se cernían sobre los civiles, pues un capitán del ejército había irrumpido en el Hotel Oliden exigiendo al camarero un bidón de gasolina para provocar una explosión en el piso franco del Gobierno Civil.
En aquella época, el hall principal del Oliden ofrecía una visión clara tanto de la terraza como del exterior, algo que se ha perdido tras las reformas más recientes. Desde allí, t`Serstevens observaba la contienda y vio cómo el edificio comenzaba a arder, mientras los civiles clamaban por la clemencia de los militares.


“Estaba yo en el balcón interior del hall cuando trajeron a los primeros prisioneros: cinco guardias de asalto y un capitán de infantería. Eran hombres corpulentos de al menos cuarenta años. Caminaban lentamente con los brazos en alto y el cañón de un fusil en los riñones. Cuando estuvieron todos contra la pared, diez fusiles les apuntaban. Nunca oí gritos humanos tan horribles. Cerré los ojos, también quisiera haber cerrado los oídos”.
Resulta sobrecogedora esta descripción de los hechos por parte de t`Serstevens, pues todo episodio en tiempos de guerra encierra un dramatismo inevitable. Asegura el cronista que finalmente no se ejecutaron los disparos y que los prisioneros fueron acomodados en unos sillones del hotel mientras aguardaban su destino. Debía de haber aún más revueltas en la Plaza de San Marcelo, pues de tanto en tanto, alguien llegaba con otro prisionero para sumarlo al grupo de detenidos.


En aquel momento, mientras el escritor se encontraba entre insurrectos y cautivos, su compañera, Marie-Jeanne, recibió la oportunidad de atravesar la Plaza de Santo Domingo, aún surcada por disparos, para conseguir alimento para el gato de estos viajeros franceses. t`Serstevens advirtió al capitán de que, en cuanto la vieran caminar por la plaza, un soldado podría abrir fuego contra ella, confundiéndola con el enemigo. Pero el oficial respondió con firmeza:
“—No tiene nada que temer, señor; un español nunca dispara a una mujer”.
Efectivamente, los disparos se detuvieron y los combatientes de ambos bandos coincidieron en piropear a la joven mientras cruzaba la plaza. Desde ambos frentes se escuchaban los chabacanos elogios de los soldados: “¡Olé, guapa! ¡Olé, cariño!”, según recoge la espléndida traducción del texto de t`Serstevens realizada por María Luisa Piñeiro Maceiras.
Pero el fuego cruzado no cesaba para los hombres. Mientras intentaba abrir la puerta de su habitación en el Oliden, t`Serstevens se vio sorprendido por una lluvia de balas que pasaron a escasos milímetros de su cuerpo. Salvó la vida arrastrándose hasta el interruptor para apagar la luz del cuarto y fingir que su presencia nada tenía que ver con la guerra que se libraba fuera.


A la mañana siguiente, las ventanas de los sublevados se abrieron, desplegando recias sábanas blancas en señal de rendición, poniendo fin a la contienda y permitiendo a los ciudadanos recuperar cierta normalidad. Una normalidad insólita, la de un francés que camina bajo las balas y que es registrado en cada esquina, desde Santo Domingo hasta la Catedral de León.
Cada vez que un tiroteo estallaba, Marie-Jeanne y t`Serstevens se refugiaban en los portales, esquivando la trayectoria de los proyectiles. Por fin, lograron acercarse a este León que hoy disfrutamos, quienes tenemos la fortuna de habitarlo. Recorrieron la muralla romana y contemplaron la majestuosa Catedral, con apenas treinta y cinco años de vida tras la conocida restauración del siglo XIX. Sin embargo, una de las joyas que más llamó la atención del escritor fue la Basílica de San Isidoro, sobre la que dejó estas líneas:
“San Isidoro, bella iglesia románica. La torre se parece a la de Saint-Germain-des-Prés. Dos pórticos: uno con elementos renacentistas, coronado por un papa belicoso, el otro románico, elegante, del color de san Gabriel Tarascón, con un bello descendimiento de la cruz en el frontón. A la izquierda, el zodiaco encima del sacrificio de Abraham”.
La aventura de t`Serstevens culminó con su regreso a la Plaza de la Libertad, o Santo Domingo, donde escuchó los términos de la rendición impuesta por los nacionalistas:
-Devolver las armas antes del anochecer. -Todos los obreros retomarán inmediatamente su trabajo. -Prohibición del derecho de huelga y cierre. -Todos los establecimientos públicos, cafés y tiendas deberán abrir antes de las tres de la tarde. -Sanción: el paredón.


La vida volvía a latir en las calles de León, que recobraba la vitalidad tras los tiroteos del 20 de julio. Sin embargo, las huellas del conflicto quedaban impresas no solo en las fachadas de los edificios, sino en la memoria colectiva. Hoy, quienes paseamos por León, libre y radiante, apenas podemos imaginar los obuses y las balas surcando sus cielos. Y, sin embargo, hubo un tiempo en que la ciudad fue testigo de un episodio oscuro y desgarrador.
Sin ánimo de adoptar una postura política o ideológica, este cronista recuerda que la historia no entiende de bandos cuando se trata del patrimonio cultural y la memoria colectiva. Nos dejamos guiar por las palabras de t`Serstevens hasta nuestra próxima parada: la Real Colegiata Basílica de San Isidoro, donde nos aguardan nuevas historias de los edificios más ilustres de León
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