EL PASEO DE LA CONDESA

Condesa de Sagasta

EL PASEO DE LA CONDESA DE LEÓN

En anteriores entregas, el Paseo de Papalaguinda ha ocupado nuestro relato, permitiéndonos desvelar el enigma tras su particular denominación. Mas no es esta la única avenida que bordea el Bernesga, pues, al alcanzar la Plaza de Guzmán el Bueno, la ciudad nos ofrece un cruce de caminos donde confluyen arterias esenciales del urbanismo leonés. Es aquí donde iniciamos nuestro recorrido de hoy.
Como encrucijada de siglos y testigo del devenir de León, la Plaza de Guzmán enlaza Papalaguinda con otro de los paseos más emblemáticos: el Paseo de la Condesa de Sagasta. No obstante, antes de adentrarnos en la historia de tan ilustre vía, es menester detenernos en su complemento perpendicular, un paso que une ambas orillas del Bernesga y que ostenta una impronta tan colosal como su imponente silueta: el Puente de los Leones.

El actual Puente de los Leones es heredero de una estructura anterior, el Puente de Hierro de Saavedra, que unió la Avenida de Palencia con la Plaza de Guzmán. Su existencia se remonta a la segunda mitad del siglo XIX, cuando la llegada del ferrocarril a León impuso la necesidad de una infraestructura que conectara de manera eficiente ambas márgenes del río. Fue entonces cuando el ingeniero Eduardo Saavedra, responsable de la línea Palencia-León y de la estación ferroviaria, concibió la construcción de un puente colgante de hierro, acorde con la estética industrial y modernista de la época.

Puente de hierro de Saavedra
Puente de Hierro de Saavedra

No faltaron voces discrepantes, como la del arquitecto Madrazo, restaurador de la Catedral, quien abogaba por una estructura de piedra más sólida y monumental. Sin embargo, Saavedra, pragmático y sagaz, optó por el hierro, aprovechando materiales excedentes del ferrocarril. Así justificó su elección:

“Encontré lo más fácil y al mismo tiempo lo más elemental y airoso, echar sobre el brazo un puente colgante, ya que a ello me brindaban los materiales de repuesto que tenía para el ferrocarril”.

A pesar de su audaz concepción, el puente pronto evidenció deficiencias estructurales, viéndose sometido a diversas reformas. Fue finalmente en 1967 cuando, tras sucesivas remodelaciones, se erigió la versión que hoy conocemos. En ese mismo año, como colofón a la reconfiguración de la obra, se añadieron los cuatro leones que hoy custodian su acceso. Desde entonces, estas majestuosas esculturas han permanecido como guardianes pétreos, contemplando el incesante tránsito de la ciudad.

Plaza de Guzmán el Bueno (1950. León Antiguo)
Plaza de Guzmán el Bueno (1950. León Antiguo)

Victoria Esperanza Dolores Mateo-Sagasta y Vidal nació en Madrid un 14 de febrero de 1875. Descendiente de una estirpe distinguida, su matrimonio con Fernando Merino Villarino la vinculó profundamente con la sociedad leonesa. A la muerte de su padre, el rey Alfonso XIII le otorgó el título de Condesa de Sagasta, consolidando así su posición en la aristocracia.
A comienzos del siglo XX, la actual avenida que lleva su nombre era poco más que un lodazal ribereño, refugio de aves y anfibios. No obstante, este entorno agreste tenía para la Condesa un atractivo singular. Gustaba de recorrerlo con un libro en las manos, dejándose envolver por la quietud del paisaje y la sinfonía del río. Quizá, sin saberlo, estaba sembrando la semilla de una transformación urbanística que daría al paraje una nueva vida.

En reconocimiento a su implicación en la Asociación Leonesa de Caridad y a su cercanía con el pueblo, el Ayuntamiento de León decidió en 1915 embellecer aquel paseo olvidado, plantando árboles y bautizándolo con el nombre de la Condesa de Sagasta.
Su vida, sin embargo, se vio truncada en 1925 por una hemorragia cerebral. Su funeral simbólico en la Catedral de León un año después atestiguó el cariño que la ciudad le profesaba, aunque sus restos descansan en Madrid.

Si la Condesa pudo percibir en vida el germen del progreso, no alcanzó a ver la magnitud de la metamorfosis de su paseo homónimo. A lo largo del siglo XX, la expansión urbana de León lo consolidó como un enclave privilegiado para el esparcimiento ciudadano. Sus jardines, senderos y espacios recreativos lo convirtieron en un punto de encuentro ineludible.
En 1970, con el objetivo de mejorar la conexión entre ambos márgenes del Bernesga y de favorecer las actividades fluviales, se diseñaron nuevas pasarelas peatonales. La construcción de estos pasos permitió aliviar el tráfico en los puentes existentes y potenciar la estética paisajística del entorno. Así, de las tres conexiones originales (circunvalación, puente de San Marcos y puente de Saavedra), la ciudad pasó a contar con más de nueve pasarelas y ocho puentes que vertebran su entramado ribereño.
León, ciudad de aguas y de historia, ha sabido salvar sus distancias, uniendo márgenes antaño separadas por la naturaleza y el tiempo. La Condesa de Sagasta nos enseñó a valorar lo que nos rodea, a transitar con ojos nuevos los caminos de siempre y a reconocer en cada rincón el latido de la memoria.

Hoy, mientras me adentro en la arboleda del Paseo de la Condesa, con un libro entre las manos y el susurro del Bernesga a mis pies, no puedo sino preguntarme: ¿qué otros relatos nos susurran los nombres de nuestras calles? Hasta la próxima travesía, estimados lectores.

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