LA CASA DE DON VALENTÍN

LA CASA de DON VALENTÍN
Hoy visitamos la Casa de don Valentín. Pero, ¿de dónde viene ese nombre? ¿Cuándo fue construido el edificio y cuál fue el proyecto inicial que acabó abandonado y que condujo a la maravillosa fachada que hoy nos espera? Acompáñenme a conocer los entresijos exteriores e interiores de un Edificio Emblemático que lleva casi cien años en el horizonte de León.
Don Valentín Gutiérrez, al comienzo del siglo XX se hace, después de pujar en una subasta pública, con una serie de terrenos, de más de dos mil metros cuadrados, sitos al otro lado del río Bernesga y que suponían las afueras de la entonces creciente ciudad. Como pueden ver en la siguiente fotografía, en la que se desgrana el pasado de León, el Puente de Hierro de Saavedra, que fue sustituido por el Puente de los Leones, ni siquiera disponía de ornamentación alguna y, al otro lado del río, apenas se levantaban pequeños edificios o fábricas. En esta imagen, de 1900, la Casa de don Valentín aún no se había levantado.
El 23 de agosto de 1863, el ferrocarril llegaba por primera vez a León, proveniente directamente de Palencia, inaugurando en noviembre la línea oficial de pasajeros que comunicaría León con el resto de provincias, llamándose este enclave Estación del Norte y siendo representativa de la ciudad durante más de cien años. Con una ambiciosa capacidad de expansión, don Valentín Gutiérrez decidió, años después, en 1923, encargar un proyecto arquitectónico a Francisco Javier Sanz, un arquitecto que cuenta con más de quince edificios proyectados en la ciudad. Una vez el edificio se construyó, se pudieron ver, desde sus siete alturas, los tejados de las viviendas de nuestra bella ciudad, que descansaban bajo la atenta mirada de su nuevo baluarte, terminado de construir en 1926 y que nos ofrecía estas maravillosas vistas del centro de León.
Pero ahora encarguémonos del pretencioso y descabellado proyecto de la Casa de don Valentín. ¿Por qué descabellado? ¿Por qué se planteó una fachada principal que luego fue descartada? ¿O por qué se planificaron más de cinco pisos de viviendas aledañas que se demoraron más de cincuenta años en construirse? Francisco Javier Sanz dibujó, en los planos que aquí se encuentran, una de las fachadas más llamativas del entramado urbanístico de León, muy similar a la del edificio angular de Plaza Mayor, con dos cúpulas laterales achatadas y no más de cinco alturas.


El ímpetu de crecimiento, la ambición y ese movimiento de expansión territorial del que fueron víctima todos los arquitectos, promotores y dueños de las viviendas provocó que el proyecto cayera en el olvido y que, en su lugar, se eligiese un edificio mucho más llamativo que nos ofreció la posibilidad de conocer una de las joyas de nuestro patrimonio leonés.
Este es, donado con una agradecida diligencia por Francisco J. González, arquitecto y vecino de la Casa don Valentín, el plano que Francisco Javier Sanz entregaría a Valentín Gutiérrez, promotor del edificio. Agradecemos la decisión final, pues nos ha permitido contemplar su grandeza y ser unos espectadores privilegiados del legado artístico de León.
No era solo la fachada lo que ocasionó problemas a los constructores o al promotor, sino una parte aledaña, destinada para viviendas, que nunca llegó a edificarse, dejando un solar desolado durante décadas alrededor del edificio. Tras inspeccionar el proyecto, Francisco J. González llega a la conclusión de que puede que nunca llegasen a aprobar este proyecto debido a las condiciones precarias en las que se plantearían estas viviendas que, a día de hoy, no cumplirían con las medidas de seguridad que debe consolidar cualquier construcción.


Al fin, tras meses de espera, el edificio de la Casa de don Valentín comenzó con la construcción de sus siete alturas. Este rascacielos leonés es uno de los más famosos de la ciudad, no solo por su arquitectura, sino por una historia que llega a rozar la eternidad.
Estas cúpulas serían testigos del paso del tiempo y de la evolución que sufriría León hasta finales del siglo XX, cuando un terrible incendio destruiría gran parte de la cubierta y reduciría a escombros tanto la sexta altura como el techo del quinto piso, que un año más tarde se vendría abajo por la acción de la lluvia y del viento.


Las viviendas no se llegaron a construir, por eso el inquieto visitante de la ciudad, o el oriundo acostumbrado a fotografías antiguas, puede deleitarse con esta visión del edificio rodeado de la nada. Este emplazamiento sirvió como casa para decenas de familias, pero originalmente, fue el Hotel del Norte, en honor a la estación a la que antes hemos hecho referencia.


León crecía y crecía sin parangón, pues son fechas que ya hemos conocido como pletóricas en anteriores artículos. En estos momentos, principios de la década de 1930, los arquitectos extranjeros y leoneses desplegaban su potencial para levantar las casas más famosas de la ciudad.
El progreso llegó a la otra parte del río, y allí donde no había nada, ahora descansaba una simiente figura portentosa que velaba por todos los leoneses. El edificio se convirtió en objeto de fotografías de la época. Tanto es así que observamos cómo los asiduos a este arte decidieron plasmar el paso de las estaciones con su silueta al fondo, siempre fiel al retrato tan idílico que ofrecía con su presencia.
Los leoneses caminaban por el puente de los leones hasta la otra orilla, tan solo con la idea de visitar las zonas aledañas al edificio o para disfrutar de un café caliente en el Bar La Barra, objeto de otro de nuestros artículos posteriores.


INCENDIO CASA DON VALENTÍN
Muestra de ese progreso es este plano de la zona industrial de la ciudad, donde se reconoce, en la parte superior, la Estación del Norte y, bajo ella, en la esquina inferior izquierda, descansa la Casa de don Valentín. De las vías del tren partían sendos carriles que transportaban, a través de los solares vacíos, la mercancía hasta Elosúa y hasta la Unión Química Española S.A. Estas vías eran denominadas apartaderos y, si el paseante solitario de León se fija bien, aún puede descubrir su rastro en el asfalto de la avenida Palencia.
Es en esta transición cuando uno comprueba cómo la atracción del río llama a los seres humanos y a los habitantes de León a cruzar el Puente de los Leones y a proliferar, a crecer y a expandirse, siguiendo ese instinto inherente al hombre y encontrándonos con un cambio sustancial en cuestión de años. Quizás ya pocos leoneses recuerden la construcción de la Casa don Valentín pues, para la mayoría de los lectores, ya estaba edificada cuando hubieron llegado al mundo. Pero sí son muchos los que se acuerdan de la sala de fiestas al comienzo del Puente de los Leones. Esto significa que nos acercamos al presente. Eso significa, que el episodio más terrible y dramático de la Casa don Valentín se cierne sobre el lector.


Tal y como relata Francisco J. González, nuestro entrevistado, las buhardillas que en la parte superior del edificio se ubicaban eran dedicadas para viviendas insalubres y muy poco acondicionadas para la convivencia. Para que se haga una idea el lector, y robando a Francisco expresiones de su boca, estos pequeños zulos se asemejaban a cualquier bohemia buhardilla parisina en la que un triste poeta sujeta un paraguas bajo una gotera mientras escribe los versos que nadie leerá. Como aquella que compartieron Emile Zola y Paul Cezánne a finales del siglo XIX. El incendio, que pudiera haberse originado en un tubo incandescente que provenía de una bilbaína mal instalada, devoró las vigas de madera y destrozó la cubierta del edificio en cuestión de minutos.
Como puede observar en las imágenes, el fuego destrozó la parte superior del edificio, reduciendo a cenizas las famosas cúpulas de Francisco Javier Sanz, y afectando también al sexto piso, que tuvo que ser desalojado, al igual que el quinto, que vio cómo, después de desescombrar la zona, se convirtió en el piso más alto del edificio. Este piso resultó ser el de Francisco J. González, arquitecto que hoy tiene la amabilidad de recibirnos. Después de un año, y viéndose golpeado por la lluvia, el frío y el viento que a esa altura azotaba la cumbre de un techo casi desnudo, sucumbió y colapsó, siendo este otra víctima de un incendio que afectó a toda una ciudad.


El incendio se convirtió en un terrible depredador de paredes, dejando desprovistas de vida a una serie de viviendas que ya nunca podrían ser habitadas. O eso creía el pueblo de León, que había visto con interés cómo las llamas deglutían un edificio desde el tejado hasta el quinto piso. Pero, si desaparecieron más de dos alturas, y las cúpulas que allí había diseñado F.J.Sanz habían perecido en el suceso, ¿cómo es posible que casi treinta años después podamos disfrutar de sus construcciones arquitectónicas tal y como lo hacían los habitantes de la ciudad de León en 1993? ¿Quién se encargó de la reconstrucción de las dos plantas y cómo este hecho devolvió a la Casa de don Valentín una vitalidad que parecía haber sido socavada bajo decenas de años de abandono?
Conoceremos la placa del Julio del Campo, veremos una preciosa vidriera que bien podría pertenecer a la Catedral de León, y nos colaremos en un misterioso sótano que pudo servir en los años treinta como refugio antiaéreo. Un sistema de calefacción centenario, que cuenta con radiadores exclusivos que ya ninguna casa conserva y una gran peculiaridad arquitectónica que esconden sus viviendas, pues todas son diferentes entre sí. ¿Qué pensaría el ilustre lector si le dijera que todos estos maravillosos detalles se localizan en un solo edificio de siete plantas?


Después de convertirse en el Hotel del Norte, haciendo referencia a la Estación del Norte, que tras él permitía a los leoneses viajar entre provincias con el ferrocarril, fue utilizado como vivienda hasta 1994, momento de gran inflexión, pues sufre un gran incendio que devora parte de su cubierta y destroza las cúpulas instaladas setenta años atrás diseñadas por Francisco Javier Sanz. Llegando ya al final de la narración, se encuentra este paseante solitario, este Cicerone de la existencia, en la tesitura de cerrar un episodio que ha dado mucho que hablar hasta ahora, acercándonos a la actualidad y pasando por la reforma y reconstrucción del edificio.
CASA DON VALENTÍN: ACTUALIDAD
Aquí dispone el lector de todos los detalles de las zonas que sufrieron desperfectos y que se vieron obligados los promotores del edificio a demoler para facilitar las labores de reconstrucción. Es ese momento el que aprovecha Francisco J. González para subir a lo que entonces fue un ático repleto de papeles para rescatar, del olvido, diversos informes valiosos para comprender la historia del edificio. Si sigue el curioso ojeando el artículo, podrá darse cuenta de que el plano superior corresponde a la séptima altura, mientras que el plano inferior se refiere al sexto piso. Ambos completamente destruidos tras el incendio.
Gracias a la colaboración de Angélica Ortiz, procuradora en León, que nos abrió las puertas de su despacho, pudimos saber que un hombre externo a la ciudad de León adquiere, sobre el papel, los dos pisos que se reconstruirían durante los siguientes años, permitiendo que estos volvieran a la vida y convirtiéndolos en rentables oficinas en alquiler.
Desde este plano, elaborado por la empresa encargada de la reconstrucción, podemos observar parte de las cúpulas, o el espacio dedicado a ellas, que hubo de ser demolido y acondicionado de nuevo para su habitabilidad.


Se encaminan nuestros pasos hacia el desenlace de nuestra aventura, hallándonos al final de la escalera de la Casa de don Valentín. Pero… ¡Qué curioso! Damos fe al lector sobre nuestro asombro y sobre nuestra ignorancia, pues subiendo las escaleras no atisbamos tal hecho, quizás muy popular entre los constructores, pero desconocido para el público externo al gremio. Los tramos de escalera, que separan unos pisos de otros, son diferentes, siendo Francisco J. González el encargado de desvelarnos dicha curiosidad y fijándonos al descender por ellas, en este detalle en el que nuestra curiosidad no había reparado.
Asegura el arquitecto que los pisos son paulatinamente más bajos a medida que la altura del edificio avanza, poseyendo los primeros, segundos y terceros techos más altos y los de la parte superior, más bajos, entendiendo pues esta diferencia respecto al número de escalones. Lo comprobamos en la buhardilla, que tiene una altura mucho más baja que la de cualquiera de las viviendas que hemos visitado. Este hecho ilustra más esa analogía que utilizó Francisco sobre los poetas parisinos y nos permiten hacernos una idea de las dimensiones de las antiguas habitaciones que allí arriba habitaban los vecinos.


Resulta inevitable marcharnos del edificio sin mencionar la preciosa vidriera confeccionada por Luis García Zurdo, el mismo artista que restauró las famosas vidrieras de la Catedral, y que rellena una oquedad ovalada, en el que el sol es el principal protagonista, ocupando casi la totalidad del espacio. Orientada hacia el este, haciendo un pequeño guiño a la luz vespertina que atraviesa los cristales, nos ofrece una maravillosa vista de la ciudad de León.


Antes del salir al exterior, descendemos hasta los famosos sótanos de la Casa de don Valentín, ofreciéndonos Francisco la posibilidad de conocer la historia de una casa desde la profundidad de sus pasadizos más recónditos. Según una investigación previa del arquitecto, este sótano, gracias a las anchas paredes de ladrillo y a su laberíntica situación, fue uno de los seleccionados como refugio antiaéreo en caso de emergencia durante la Guerra Civil española.


Por último, la ya conocida placa esculpida por Julio del Campo, cuyo edificio es, casualmente, sede del Archivo Municipal de León y en el que con gusto paso varias horas consultando información de la ciudad. Esta placa, que une los pueblos de León y de Palencia, ciudad de origen de del Campo, también puede simbolizar el hermanamiento de un edificio con la calle en la que convive con la famosa Estación del Norte, siendo el viaje inaugural del ferrocarril, allá por 1863, a Palencia, y bautizándose el hotel que en el Valentín desarrolló su actividad Hotel del Norte.
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